Dos frutas amarillas apoyadas sobre una barra metálica frente a fondo amarillo.
Comencé a trabajar como periodista a los 19 años, en la revista local de mi pueblo. Eramos pocos y solíamos tener que hacer de todo, también fotografías. Fue entonces cuando llegó a mis manos por primera vez una cámara reflex. Recuerdo cuanto me llamó la atención su peso. Tras unas breves nociones sobre el funcionamiento de aquel aparato, donde escuche por primera vez conceptos como diafragma, velocidad y distancia focal, me tocó retratar a una artista local tras haberla entrevistado. Cuando vi el positivado, me maravilló el resultado. Comprobé que con cámaras como aquella y diferentes objetivos, se podían obtener imágenes diferentes a las que yo conocía. Desde entonces siempre he tenido una cámara a mi lado. Me gusta perderme con ella y concentrar la mirada en la búsqueda de escenas que están ahí, sin posar, sin aparentar nada, naturales y bellas desde mi punto de vista. El día a día, la vida, está llena de esas escenas. Solo hay que mirar y captar. Ese ejercicio siempre me ha conectado con una sensación de paz y conexión conmigo misma, y me sigue enganchando. Fotografiar siempre es un plan con plenas garantías de pasarlo bien. A veces yo misma creo la escena, me gusta componer. Para componer, parto de la atracción por la iluminación natural de un espacio, del propio espacio o de la belleza de un objeto, su color, su forma… Los retratos son menos frecuentes en mis fotografías, siempre asociados a personas cercanas.